No se puede o no se debe describir, es el peregrino el que, paso a paso, debe descubrirlo recreándose en los paisajes y rincones tan diversos que se ofrecen a lo largo de todo el camino; extasiándose en la contemplación de las milenarias y enigmáticas piedras que jalonan las rutas y que conforman ese sinnúmero de calzadas, puentes, ermitas, iglesias, catedrales, monasterios…, y que no son otra cosa que la huella que dejaron nuestros antepasados, cuya meta era alcanzar la eternidad, allá en el «fin de la tierra».
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